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30 años de democracia

LA MEMORIA ENCENDIDA

(A treinta años de la recuperación de la democracia argentina)

Que envolvente paradoja la nuestra!!!: un texto sobre la democracia recuperada, nos lleva de la mano, imperceptible, pero ciegamente, a nuestra vida en dictadura.

Es que se trata de nosotros, de una generación, de nuestros padres, nuestros hijos y como fuimos construyendo la existencia.

Es imposible para mí, dejar «en el tintero», algunos hechos y cuestiones que le dan forma a mis ideas y sentimientos actuales…

En 1983 recorrimos el país con «Nosotros, los de entonces», obra teatral cuyos afiches decían «Fieramente existiendo, ciegamente afirmando, como un pulso que golpea las tinieblas».

Y así es. Soy de la generación que, por ejemplo, se casó en un registro civil luego de siete días de relación sólo para poder entrar en las cárceles en el 75, en caso de que su cónyuge estuviera preso. Vengo de un país, hoy inconcebible, de cuerpos sin sepultura y mujeres infinitamente valientes, que no pidieron la pena de muerte, esperaron más de 25 años para ver juzgados a los que perpetraron crímenes contra sus hijos durante el terrorismo de Estado.

Vengo de un tiempo en el que jamás creí ver los juicios por delitos de lesa humanidad, ni pude calcular las marcas sin nombre que dejarían en nuestra historia la tortura, la desaparición, la cárcel, el exilio, la muerte…

Por eso hablar de memoria, es ante todo una experiencia física y tangible. Está construída en roces, abrazos, cuerpos que anhelamos, buscados en la noche, luchados en el día, recuento cotidiano de la pérdida que no termina nunca.

La memoria no es solamente la persistencia contra el olvido, ni una forma de no repetir, ni una vocación de alerta sobre quienes somos y nuestros derechos. Se trata de mucho más, se trata de un núcleo encendido y vital que nos hace humanos, verdaderamente humanos, nos hace grupo colectivo y personaje subjetivo, nos hace punto de cruce entre la historia social y la personal. Convierte los años vividos, en mucho más que un contexto, o un escenario. La memoria ES, simplemente lo que terminamos siendo: múltiples y cambiantes, el cuento que nos contaron de chiquitos, la patria de la infancia.

Pública y privada, negada y convocada como una bandera, descripta en teorías y discursos, la memoria juega al juego de la democracia como un pájaro que gira, viene y va, vuelve, avanza, innova, crece y sigue creciendo, cuando uno cree que está quieta. Con los ojos abiertos de par en par mira de frente a los derechos y les pide igualdad, intensidad y realización equitativa, extiende el propio concepto de derechos humanos a un territorio de la existencia y cambia en forma drástica la relacion entre el Estado, y los ciudadanos.

El dolor de la dictadura, ha dejado una responsabilidad de lo público sobre la vida, la integridad y la libertad de las personas, pero ha fundado mucho más: la omisión delictiva sobre toda forma de exclusión, la obligación legal sobre la calidad de vida, sobre las condiciones, dignidad y oportunidades del vivir.

Así, finalizando octubre de 2013, como si fuera posible, celebramos 30 años de recuperación de la democracia sin olvidar jamás el “Nunca más”, la firmeza y tristeza del fiscal Strassera en el Juicio de las Juntas, la inauguración de los saqueos, esas noches donde salíamos a comprar leche en polvo para nuestros bebés, tocándole el timbre a las farmacias. Llevábamos bolsitas de nylon y nos repartiamos un Kg entre tres padres desprevenidos, sentados en la vereda. No me olvido de la debilidad institucional y los intentos de golpe carapintada, ni la importancia de los hechos que sucedieron en Rosario, desde los últimos días de la campaña de Alfonsín. Vuelvo a ver a otra generación incorporándose, sin saber como hilvanarse en una red generasional, con tantos eslabones sueltos, con tanto descrédito de la política, con sensación de sobreviviente y futuro incierto.

Por supuesto, aún en la noche más negra, estuvo el humor, el amor y la alegría: amamos, parimos, estudiamos, luchamos, trabajamos, nos bailamos y cantamos la vida como pocos.

Esa democracia que nacía y crecía como un niño, atravesaría décadas de privatizaciones, el asombro de una dolorosa y nueva pobreza, el regreso infinito, hasta el desgaste, de los viejos discursos, el clientelismo, una corrupción agigantada, el olvido de lo público y siempre, siempre, algún acto luminoso, algo que se intuye, que se transforma, la ampliación de derechos, el tránsito de la espera a la esperanza.

Atravesamos el “que se vayan todos” y las reuniones de los vecinos en las plazas, discutimos sobre qué es el progresismo, fuimos saliendo de varias crisis y vimos caer el punto final y la obediencia debida y vimos a los asesinos en los banquillos de tribunales, mientras nos abrazábamos en el Boulevard Oroño. Por este costado del río, la salud se desparramaba como agua fresca y nuestra ciudad era mirada con otros ojos ojos por propios y ajenos.

Hablamos de modelos y relatos y comprendimos que si no hay una narración, el cuento de nosotros, Argentina perderá su infancia.

Por eso la democracia es la República más la encendida narración de quienes somos, y así nos preparamos para complejos, difíciles, y exitantes recorridos.

Estos catálogos son como imágenes desde un tren, incompletos y por lo tanto injustos, porque los 30 años fueron muy complejos y Rosario cambió su piel, miró hacia el río, giró sobre sí mismo y está en condiciones de mostrar sus fortalezas y debilidades.

La cultura, que siempre fue marca y sello de nuestra ciudad, creció exponencialmente y también giró sobre sí misma, poniendo al ciudadano y a una Ribera pública como eje y sobre todo reconoció en los niños una manera de aprender a vivir y convivir.

Está claro: la deuda pendiente es la desigualdad, la ausencia del trabajo, el sentido (en todos los sentidos de la palabra) del porvenir de los jóvenes que sin embargo y a pesar de ser siempre sospechados de todos los males de este mundo, siguen intentándolo todo y aunque desparejo, tienen otro concepto de la cooperación, la producción y la realización, portan otro sentido democrático, que no se expresa al modo de la sociedad moderna, pero asombra en su formas de convocatoria, comunicación e información.

El mundo entero vive cambios y crisis muy profundas que no serán motivo de este análisis, como no es motivo de este análisis el momento actual de la política argentina, pero debo consignar algunos problemas serios que nos atraviesan y que son particularmente preocupantes.

Uno de los signos del cambio del Estado-Nación Moderno es la crisis de la representación. Se me dirá que en la Argentina hay líderes, mujeres y hombres que concitan atención y apoyo, pero la representación, ese desplazar la soberanía de cada uno, para que otro lo represente, sigue siendo frágil y a veces hasta veleidoso.

El alicaído pacto social no se rehace, aunque sea motivo constante de demanda y discurso, como la cohesión social y otros institutos modernos. Lo que se fragmentó encontrará otros modos de articular y será en capas y múltiples cruces, ya no será ni central ni vertical. Ha ingresado en nosotros un gran triunfo del siglo XX: la multiplicidad, el amor por la diferencia y bienvenida sea en términos de género, elección sexual, cosmovisión, etnias, variedad de enfoques y en la igualdad de derechos.

Esta democracia que supimos conseguir tendrá que decidir si va a defender su naturaleza republicana, hasta sus últimas consecuencias, pero también deberá redefinir su concepto de la participación, porque sin ciudadanía plena y sin que la gente maneje su propia vida, no habrá democracia auténtica, creciente, y apasionada. Así como avanzamos en planes estratégicos pensados con la gente, asambleas ciudadanas, presupuestos participativos, debemos debatir, lo que ya está sucediendo, dado que las formas de participación incluyen muchos verbos más y que la sociedad organizada en multiplicidades y no en corporaciones, tiene y puede tener un enorme poder. Para concebir la participación deberemos debatir si la «sociedad de ciudadanos con derechos» y “la felicidad de los pueblos no son complementarias para combatir la abulia y la sinrazón”. ¿Cuál es el piso de la dignidad y cuál es el rol de lo público para que vivamos algo parecido a vivir y no su simulacro?. No se trata de un optimismo ingenuo, porque en el fondo de todo despertar están todas las alineaciones y malestares de una época, pero esta sociedad argentina tendrá una democracia realmente apasionada cuando todos seamos protagonistas u oscilará de una manera inquietante.

Es evidente que está en juego el rol del Estado, su capacidad de generar igualdad, de regular en lo político y económico, junto con la sociedad civil para desbaratar una cadena de generaciones que no han sido debidamente invitadas a construir un país.

Los treinta años de democracia, al fin, desnudan una nueva violencia territorializada entre nosotros. Una vez que el ENTRE nosotros se rompe (dictadura, menenismo, malas políticas, valores falsos enaltecidos por los medios, individualismo y codicia que lo hacen posible) estamos en serio peligro. Decía Diego Velázquez «no me pregunten por las Meninas, ni la Infanta Margarita, ni el perro, porque yo sólo pinto EL AIRE que hay entre ellos». La Sociedad Moderna, no pudo vivir sin el QUE. El CUANDO y el DONDE fueron marco y no razón de nuestra educación. El ENTRE se quedó solo. Para decirlo como merecen los lectores, sin «entre» no hay amor, ni militancia, ni gestión y sobre todo, sin «entre» no hay convivencia ni sentido. Nos quedamos solos y la educación clama por enseñar el arte de vivir juntos los unos con los otros. El poder suele manejar nuestro cuerpo, nuestros encuentros y consagra «entres» prohibidos o imposibles según el interjuego de los sectores sociales. Una democracia apasionada gasta fuerzas y recursos en multiplicar ámbitos, tiempos, paisajes, juegos, sucesos del compartir, del convivir, del «ser con otros», para sostener la trama. Se me dirá que las nuevas formas de violencia necesitan profundos cambios en los institutos de prevención, control y represión. Se me dirá que el problema es más complejo y es verdad, pero detrás de tanta muerte y asedio está la repetición, la supresión y el maltrato, el acto de pensar en crisis, y el de imaginar en flor, sin encontrar los medios de constituirse en verdad.

Una democracia apasionada necesita instituciones firmes que regulen derechos humanos sólidos, ocupándose del cuerpo, el movimiento, el agua y las cloacas, otra relación con la naturaleza y otra concepción de lo público. Lo público, entonces, se convierte en el único reino del ciudadano. Es bien común, territorio, memoria, servicio, patrimonio, normal legal, patria de todos que nadie puede arrebatarnos, lugar de cruce e igualdad, de disfrute y salud, de educación, esperanza y escuela de una democracia que crece.

Lo público no es responsabilidad de un sólo nivel de gobierno: una democracia apasionada alinea los niveles nacionales, provinciales y locales como una trenza y dirime sus cuestiones políticas en las diversas formas que posee y no le resta volumen a un plan integral para que la vida florezca y los territorios (ninguno) nos causen miedo. Participar, pensar, debatir, imaginar, hacer lugar a los niños y jóvenes es nuestra tarea, un cambio sideral de enfoque para crear convivencia y saber leer un deseo profundo que está expresando la gente.

Somos la gente y debo concluir que nos merecemos una transformación profunda del artefacto democrático e imperfecto que supimos conseguir, en un mundo tan en crisis como nosotros, en una Latinoamerica también diferente, apasionante en sus destinos y malestares.

Somos la gente y el sistema democrático que soñamos cuando jóvenes en medio de la noche sigue siendo un faro, un faro al que hay que re inventar para que todos podamos navegar y cuando llegue el verano, nos encuentre más libres, diseñando igualdad y música, creando esperanza en acción y combatiendo la violencia con decisiones políticas profundas y compartidas, oyendo el canto de nuestros ancestros que en todos los casos, fueron tribu, pulpería o barco hacia la tierra prometida, hacia el sur del mundo donde la democracia joven y argentina crece tratando de resolver sus problemas.

Chiqui González

Texto escrito para la Revista Rosario Express –  diciembre 2013