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Congreso Argentino de Cultura

CONGRESO ARGENTINO DE CULTURA

 SAN JUAN 2010

CONFERENCIA  Ma. de los Angeles “Chiqui” González

Ministra de Innovación y Cultura de la provincia de Santa Fe

Buenos días ¿Cómo están? ¿Están bien? Por lo menos escuchando cosas muy interesantes, aprendiendo. Yo me encuentro llena de agradecimiento por esta mesa de amigos y de gente que piensa lúcidamente. Por una presentación tan ajustada sobre el centro de la problemática, y contenta de estar en el Congreso y con tanta gente de todo el país, y discutiendo algo que nos interesa tanto, y por lo que venimos luchando tanto que es la Cultura.

En primer lugar quiero decir que hoy se cumplen 34 años de La Noche de los Lápices, el asesinato de los chicos secundarios; y eso me hace pensar también que ha sido considerado como Día de la Juventud. Yo quiero rendirle homenaje a la Juventud. A las juventudes de otras generaciones, a la juventud actual, y pensar y entender el primer cuarto de siglo; porque solo entendiendo su política y su cultura, creo que podremos tener un Proyecto Cultural que le sirva al país.

Empiezo como siempre con los poetas y termino con los poetas. Empiezo con los poetas porque me ayudan a salir del primer momento y siempre dicen las cosas más hermosas.

Yo quiero hablar de tres relaciones. La primera relación ya la han anticipado mis compañeros de panel, con quienes nos repetimos como un entretejido, sobre lo cual pido disculpas, pero creo que también expresa la coherencia de la mesa y de quiénes la eligieron. La primera relación es ¿Dónde está la Cultura en la Política? La segunda discusión es ¿Cuál es la relación entre Cultura y Estado?, con varias paradojas y con varias cuentas pendientes aún en aquellos lugares donde parece que los Estados están más abiertos. Y la tercera relación, motivo de esta mesa, que es ¿Dónde está la dimensión política en la gestión cultural? Las dos primeras cuestiones hacen completamente a la tercera.

Para hablar de dónde está la cultura en la política y en este proyecto, estos ocho proyectos de país del que hablaba mi compañero de panel, empiezo con Alejandra Pizarnik, que habla del sentido como ya plantearon también en la mesa, y dice “Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa”.

Hay algo de condena en el campo cultural creado por las elites, por el pensamiento homogénico, por los sectores dominantes de varias generaciones; que han creado una gran paradoja de la que aunque hablemos mucho es muy difícil salir en la gestión cotidiana. Ustedes sabrán que las sinfónicas son grandes, son maravillosas y ojalá todo el mundo pudiera disfrutarlas, pero son grandes estamentos que un sector social quiere considerar propios. Asimismo los museos muchas veces tienen la asistencia de numerosas empresas. Asistencia con la que no cuenta el teatro independiente, ni ningún teatro. Así es como la cultura no está en igualdad de condiciones frente a aquellos que desde los medios, desde las asociaciones civiles y de las fundaciones dictaminan qué es la cultura y qué no lo es.

Pero lo cierto es que no hay forma de hacer política, de llegar a alguna parte, de establecer las estrategias y los modos de ir transformando la vida de la gente. No hay forma de tener metas ideológicas y valores si esto no está intermediado por sistemas de representación y de significación. No quiero ser difícil ¿qué quiere decir que tengan sentido? Yo voy a poner como ejemplo un caso emblemático ya demasiado usado pero considero que es claro para todo el mundo. Se trata de la lucha de las Madres y de las Abuelas de Plaza de Mayo, que es innegable, yo diría para el país todo, aunque haya sectores que no lo aceptan.

Si esa lucha no hubiera tenido el símbolo del pañuelo, que primero fue un clavo en el ojal para encontrarse la primera vez. ¡Qué metafórico! Nadie pensó “vamos a poner un clavo en el ojal” en lugar de un pin porque total nos encontramos en la plaza. Bueno, nadie pensó que el clavo era metafórico y ya lo era; y después al segundo día era un pañal -en la época que se guardaban los pañales- y finalmente al tercer día fue un pañuelo y más tarde fue un pañuelo bordado en punto cruz. Y aquel día cuando las madres y abuelas dijeron “circulen” y caminaron en ronda por la Plaza de Mayo para cuidar que ninguna fuera llevada, pensó: «Vamos a pasar a la historia».

Esa lucha tiene forma, tiene modo, tiene emoción porque son mujeres, porque son grandes, porque son paridas por sus hijos. Muchas de ellas revierten la ley de la naturaleza que es cultural porque sus pañuelos y sus símbolos son culturales, porque el punto cruz es cultural, porque elegir el círculo alrededor de la pirámide de Mayo, aunque sea por casualidad, se convierte en un gran símbolo cultural. Porque la plaza es cuadrada, es el lugar donde vamos los ciudadanos a aparecer ante el mundo, no solo a padecer en una sociedad del simulacro.

No hay manera de narrar una historia: uno toma un discurso político, y uno ve que está construido en palabras, que estas palabras tienen determinados conceptos pero también tienen afecto, tienen modos, tienen entonación, tienen modos de construirse.

Todo eso es la cultura, el territorio de los lenguajes, de la palabra, del sonido, de la imagen; no sólo las nuevas tecnologías, de las redes con que graficamos los mapas, las rutas, los lugares donde ir. Todo eso son las cosas que inventó la gente; eso que Alejandra Pizarnik llama “cada cosa dice lo que dice y además más y otra cosa”. Y todo eso es plausible de tener sentido, de agregárselo, de sacárselo, de corrérselo.

Si yo pongo, Botero pone a Cristo en la cruz obeso, te provoca una cosa acá porque siempre pensamos que el sufrimiento es flaco y que la gente que sufre adelgaza, no puede haber un gordo sufriente. La gordura no puede ser una tragedia. Eso es cultural, todo es cultural.

Pero todavía no hemos abandonado la idea de que hay algunos momentos de felicidad que merecen ser vividos, y que si bien el piso de los gobiernos son los derechos, porque tenemos una gran deuda pendiente ¡y desde ya de parte de los gestores culturales! les cuento, sin embargo, que nosotros creamos hechos de derechos y creamos pistas y huellas de felicidad, de afecto, de unión, de convivencia y de debate.

 De futuro en un mundo sin futuro, de pasiones en una sociedad mercantilizada y desapasionada, salvo del consumo. De sentido en una sociedad que muestra solamente colas a la noche y muestra la cola literalmente. Pueden decirme que es deseo, pueden decirme que es mucho más a esa hora de la noche, pero algunas cosas tan repetidas se convierten solo en lo que son, no dicen “más y otra cosa”, o en todo caso dicen más de lo que ya proclamaba Federico Fellini: «Encender la televisión italiana a determinada hora es la derrota de nuestro sistema cultural”. Y yo lo repito: “Es la derrota de nuestro sistema cultural”. Porque los derechos son caminos, pasos, abrazos, capacidad de entrar y aprender, abrazar, tener una casa propia, haber tenido una máquina de coser, una pelota, haber ido a la bailanta a gastarse los zapatos el domingo, o haber escuchado exquisitamente a Mozart en algún rinconcito junto a una nena que empieza a tocar su violín.

No hay discurso político sin discurso simbólico. Es más, ayer hablaban de los discursos políticos exitosos. Esos discursos políticos tienen una historia simbólica muy grande. El que no entiende y lee en el territorio, en las vidas y en las generaciones estas historias del país que son simbólicas, que están hechas de gestos, de colores, de modos, de estructuras, de discursos, de espacios, de tiempos, de cuerpos; no puede llevar adelante con efectividad una función política. Por supuesto se dirá que existen los expertos en imagen, los que trabajan en el marketing, todos esos son hombres de la cultura. No se olviden que toda la comunicación es parte de la cultura.

Por lo tanto, la cultura tiene algo como la luz. ¿Cómo puede la luz ser onda, la propia onda lumínica y corpúsculo? ¿Cómo puede ser la onda que lleva el todo y ser a la vez la misma parte del todo? De alguna manera el campo cultural, cada vez más abierto, cada vez más dinamitado hacia otros territorios, sigue siendo un campo que dialoga con otros campos, con la producción, con la educación, con la reforma del estado, con el estado, con la sociedad, todo el tiempo con ella, entre ella, etc.

Pero sin embargo sobre el discurso de lo simbólico habrá que ponerse de acuerdo si es parte del discurso político o si es el corazón mismo de la máquina de sentido que inventan los pueblos para darle sentido a la vida; y para alejarse mientras viven, de la muerte. Esa Máquina de Sentido es la máquina más poderosa de la cultura y sin ella no hay política ni hay discurso de país o de nación. Por lo tanto somos la onda y trabajamos en un campo dinamitado para ensancharse, que también es el corpúsculo que sigue a la onda de una manera entretejida, en red, poco centralista.

Si el discurso político no es verosímil, no lo cree nadie. La verosimilitud es un hecho de la cultura. Si alguien entra de rojo a la Iglesia Católica a casarse nadie le creerá que es la novia y eso tiene que ver con la cultura. Si alguien no hace la pausa en el momento indicado no hay aplauso, esa es la cultura. Si está pensado, si hay collar de perlas, trajecito corto citando a otra persona, a otra gran mujer, si está pensado de qué tamaño son los tacos y de qué manera es el cabello…todo eso es la cultura.

La primera parte la termino así, aunque sería larguísima. Somos la onda, no digo lumínica, que iluminamos, porque nos falta mucho, pero somos la onda que ojalá no caiga solo en manos privadas y se trate solamente de asesores que ganen mucho dinero. Somos la onda que le da sentido a un discurso político, que le da verosimilitud a la fe entre la gente de sentirse un nosotros. La gente inventa lenguajes, tecnologías, formas, vocablos, colores, convenciones, verosimilitudes, todo esto lo inventa en un desesperado nosotros. En una desesperada necesidad de decir “yo pasé por la vida, por algo, dejé hijos, dejé la lamparita de la vecinal, dejé un libro editado en la biblioteca popular… algo dejé”. Y esa desesperación de trascender y agregarle algo al mundo es la creación colectiva de los argentinos. Esa es la cultura, es la creación colectiva de los argentinos. Esto me lleva al segundo punto.

El segundo punto es la mención política en la gestión cultural. Yo siempre comienzo con una frase de Hannah Arendt. Ya Arendt decía en los años cincuenta: «Lo peor de la sociedad de masas no es la exclusión ni la rutina, ni siquiera la pérdida del anonimato, ni la pérdida de la identidad; lo peor es que el mundo conocido- y el mundo no es la naturaleza, ni el universo, ni los planetas- el mundo es ese sistema de ideas, símbolos formas de amar, formas de comer, formas de bailar, músicas, vibraciones. Ese mundo conocido parece haber perdido su capacidad de unirnos, también de separarnos, porque estando unidos nos matamos. También de darnos sentido. Dice ¿qué fue la militancia? ¿Dónde quedó la militancia cristiana de aquella época? ¿Dónde quedó la militancia política del siglo XX? ¿Cuáles son los que están al servicio del sentido? Porque de alguna manera voy a lanzar la piedra, cómo él dice, que la política es un camino hacia las metas de la ideología, hacia los sueños también. Me parece muy lindo esto de la travesía. Que sea un camino sinuoso la política, con desvíos, que sea una ruta múltiple para tomar por acá, por allá, que los viajeros que van en combi miren acá, miren allá. Acá está esto, acá está el mar, allá están los indígenas, allá está…y siguen.  La política es con desvíos.

Quiero decirles dos cosas, un juego de palabras mentiroso, arbitrario, insoportable que hago siempre pero para enseñar. Yo digo que los pueblos no le ponen la “P” al poder y la “C” al cuerpo. Si no tenemos en la cultura una noción de cuerpo en un país con cuerpos torturados, desaparecidos, suprimidos, exiliados, aislados y aplastados en sus propios territorios como los pueblos originarios. Si no hay una noción de cuerpo en la cultura, una noción integradora y liberadora del cuerpo; tampoco habrá una política que sea igualitaria e inclusiva, porque la inclusión es una inclusión de gente entera, que tiene historia, que tiene subjetividad. No es una masa de 30% que se quedó afuera de alguna raya. Un día esa raya nos va a pasar por la cocina de nuestra casa y nos vamos a dar cuenta que nosotros también somos excluidos en algún sentido.  No quiero ser demagógica, quiero decir que inclusión no es una raya. Quiero decir que del otro lado hay gente que vive, ama, tiene hijos, va a la bailanta, hace el amor mejor que todos nosotros. No estoy exaltando la pobreza. No estoy excluyendo dos veces, y perpetuar la idea de que el que el pobre se queda detenido en la tristeza y no tiene opciones, ni inteligencia, ni sabiduría para arreglárselas para vivir. Es responsabilidad de los que gobernamos transformar la vida para que toda esa inteligencia y toda esa creación colectiva se potencie hacia una cantidad de oportunidades mayores.

Por lo tanto, la política es el arte de vivir juntos.  A nosotros nos enseñaron cómo, dónde, cuándo en la escuela y nunca nos enseñaron el “entre”. Nosotros tenemos una tarea. Puede haber muchos planes sociales y muchas obras que son maravillosos edificios, pero esta concepción tiene que llenarse de creación humana, que es el «entre nosotros». Diego Velázquez, el pintor, decía: «A mí no me importa que me hables de Las Meninas, de la enana, ni del perro. Yo solo pinto el aire que hay entre ellos».

La primera innovación política de la cultura es desenclavar definitivamente su sentido elitista de ser parte solo de corporaciones artísticas, lo cual no quiere decir que no ame el hecho estético y ame el arte y quiera difundirlo y enseñarlo; pero no somos guardianes del pasado únicamente, ni somos únicamente central de contratación de artistas. Yo creo, no lo digo yo, lo dicen muchos autores, que la educación transmite la cultura, salvo que ustedes me digan que los conocimientos y la ciencia no son la cultura. Yo hice un congreso, yo no, mucha gente, un Congreso de la Cultura para Niños y vos le preguntabas a los niños: ¿La ciencia y el arte son la cultura? Sí, te decían los niños de 4 años. ¿El cuerpo y la mente son una persona? ¿Se aprende con el cuerpo y la mente? Y te miraban y decían: “con los dos” como diciendo “vos estás loca”. El niño pequeño no entiende, no puede entender esas dimensiones. Y vos le decís: ¿qué pensás de las nuevas tecnologías? ¿te aburren frente a la computadora? Chicos de todos los segmentos sociales, uno de 11 años dijo: “Primero pedimos que repartan la comida y los objetos entre todos. El problema no es la tecnología, es que la repartan entre todos».

Quiero decir que esa máquina del entre, de religar, de religar convivencia, de hacer que toda creación sea actuar, sea agregarle algo al mundo, de potenciar el protagonismo del otro, de desestabilizar el desaliento, de pasar de la espera a la esperanza, y de la esperanza a la esperanza activa. Y a la acción cuando hay un lugar donde ser y participar, donde realmente haya participación; no donde hagan una asamblea como para decir  ”nosotros compartimos el gobierno”. Donde verdaderamente se pueda participar. Esto amplía los campos de la cultura. La cultura como una gran máquina de intervención social, de diversidad, de multiplicidad. No hay la cultura, estamos en un país de las culturas, también estamos en el país que fue fundado por la hibridez de inmigrantes y pueblos originarios. Deberíamos aprender también de esos proyectos imbricados y deberíamos entender que tenemos capacidad histórica para entender la integración.

La cultura también es identidad, esa nadiedad que anda por todos lados. Nadie sabe quién es…a las 11 hs de la mañana se mira en el espejo y ya dejó de ser. Como decía Lennon “es tan difícil ser alguien”…con minúscula, una persona.

Los chicos quieren ser alguien con mayúscula por una noche. Piensen en los concursos, piensen en las operaciones, en los reality, sobre todo para no ser nadie. La nadiedad es algo terrible. Como dice Zygmunt Bauman, se habla tanto de la pertenencia y de la identidad en este mundo… y se habla tanto…se empezó a hablar justo cuando fue fugaz y cuando lo que la sostenía se disgregó. Cuando todo eso cae, cae también la ley, cae compartir, cae absolutamente todo lo que no sea salvarse uno mismo. Caen todas las rutas que te llevan a alejarte del mundo y meterte adentro de vos mismo porque ese mundo se convierte en insoportable.

Por lo tanto esto es lo que quería decirles, y que nosotros jugamos con dos tipos de palabras, que esto es lo que decía que era arbitrario y ridículo. Yo juego mucho con los alumnos con la P. Porque da la casualidad que la P es Poder, pero es Políticas Públicas que le pusimos pública, la política siempre es pública, pero cómo era tan privatista en los años 90 le enchufamos pública para que se dieran cuenta.

No es posible que la política no sea pública, de espacio público. Las P de Políticas Públicas crean Programas y esos Programas crean Planes que nos hacen Preguntas y combatimos el Privilegio, creamos Planes, pero siempre está el Pensamiento dando vueltas, está la Planificación, el Presupuesto que nos vuelve locos y está también la… hay muchísimo más. Y está la Pertenencia que es identidad. Pero con la C, que es con lo que nosotros gobernamos, que es la Cultura, está el Cuerpo, está el Cielo, está la Calle, está la Casa, está el Centro Cultural y está el Club. Está el Colegio, está el Centro médico.

Nosotros somos hombres de los que queremos que la gente camine, comparta, conviva, cohabite. Entonces hay que darle forma a todas las formas alternativas de conocimiento y  hay que sacarle forma dura a la dureza del siglo XVIII en el sistema educativo. Y eso es una tarea de la cultura.

Termino diciendo que la cultura es lo público y lo público es patrimonio, bien común, territorio, escuela de democracia, memoria, derechos humanos, medio ambiente social y natural, servicios y leyes; por lo cual necesitamos leyes para que la cultura se amplíe y articule con otros campos, y la gente tenga acceso a los bienes culturales y se llamen Derechos Culturales. Y voy a terminar con una anécdota cortísima, les prometo.

Es una anécdota de Antonio Berni. Debido a que la Muestra “Berni para Niños” recorrió el país y sigue recorriéndolo, me hice amiga de los hijos, especialmente de José Antonio Berni. En una inauguración de «Los monstruos» en Buenos Aires, estábamos los dos, él tan intimidado como yo, porque en dicha inauguración estaban presentes grandes artistas plásticos de nuestro país como Felipe Noé, Marta Minujin, entre otros. Entonces los dos hormigas negras nos fuimos al lado de una fuente y nos sentamos  a conversar. Me contó muchas cosas, entre ellas me dijo: «Sabe usted que mi padre tiene dos cuadros que nunca vendió y que yo los tengo”. “Una vez se fue a pintar a Córdoba, y pasó una vecina, a quien pongámosle el nombre de María, aunque debía llamarse Joaquina, no sé, pongamos un nombre más divertido, Joaquina o Simona. Pasó Joaquina y él estaba pintando un paisaje, y pasó desgreñada, canosa a los treinta años, sin un diente, cargando baldes de agua y una bolsa con cosas del mercadito, porque había ido al pueblo. Y él le dijo” Joaquina párese que la pinto”, y ella dijo: “Don Antonio, como todo artista, usted está loco. ¿Así me va a pintar? Yo ni loca salgo así. Así que no, chau, no, no, no”. Y él empezó a dibujarla, y pensó “es tan hermosa, aún desgreñada, canosa, sin un diente, cargando los baldes de agua pesados. Aún así sigue siendo hermosa”. Pero cuando caía el sol a la tarde apareció Joaquina con el cabello arreglado con dos peinetitas puestas, con un vestidito de flores que la hacía diez años menor, y con unas alpargatitas bordadas en el mismo día por ella y un monedero como usan los pobres debajo de la axila. Se le paró derechita a Antonio Berni, y le dijo: “Don Antonio ahora sí me puede pintar, ¿estoy bien? Y él le dijo: “Sí Joaquina, te voy a pintar”.

No es lo que nosotros vemos de la belleza de este país, es lo que este país, en los espejos que este país quiere verse, lo que tiene que hacer la cultura”…. Las bellas son las dos, pero tienen que llegar a tener la peinetita y el vestido de flores y la alpargata bordada para sentirse bellas y realizadas en la vida. Por eso hagamos una cultura que tenga la intimidad de lo cotidiano, porque sin lo cotidiano no hay afecto, y somos los que manejamos las pasiones y el afecto en el territorio. Y tengamos, como los jóvenes de La noche de los lápices, una imaginación poética bien lejana, porque sin imaginación poética no hay cambio.

Gracias.