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Todos bajo la misma bandera

Los que se levantan antes que el sol…

Los que se acuestan para soñar…

Los que esperan nacer en las panzas del 2012…

Los que crecen contra viento y marea…

Los que saben de la lluvia y las cosechas…

Las que resisten el barro y la esperanza, crían hijos y trabajan en todos los rincones del país…

Las que defienden la memoria, la verdad y la justicia, de tanto dolor y muerte acumulados…

Los que creen, las que crean, los que esperan, las que ríen, los que bailan…

Los maestros de la vida, los que defienden su cultura ancestral, los que aman las diferencias, tanto como la igualdad…

Las que enseñan la Patria por primera vez como un secreto, como un grito, la Patria, la Patria de la infancia…

Los que creen que los derechos son saltos, abrazos, aprendizajes del cuerpo y de la vida…

Los que dicen Si y dicen No y dicen TODAVIA, los que dicen nosotros, patria, pueblo, identidad, Argentina…

 

Todos bajo una misma Bandera

 

¿Qué es un símbolo en los tiempos de la fugacidad, el mentado vacío de sentido, la incerteza y la fragilidad de la pertenencia a un colectivo, a una generación, a un país?. Se trata, en definitiva de encontrar un «nosotros» que apacigüe esta soledad, esta tensión de cargar día a día con la persona que somos y sobre todo con la que seremos.

Así, surge la enorme importancia de esos puntos de encuentro y cruce, de esa emoción convertida en reserva de vida, ese pensamiento presentido que está en el cuerpo sin disquisiciones académicas que se llama símbolo. Es un enorme río subterráneo que recorre la conciencia de la gente, que se queda pegado a las sábanas en la noche, y puede ser tan liviano como una tela en el viento.

Por eso Manuel Belgrano es un creador con mayúsculas y por eso tuvo tantos padecimientos por su bandera. Si es impensable considerar la gesta emancipadora y la acción de estos hombres contradictorios y valientes, sin regar de símbolos la fundación de una Nación, es particularmente interesante la capacidad de creación simbólica de Belgrano.

Repasemos tres símbolos belgranianos: la Bandera Nacional «porque no podemos llevar la misma insignia que la de nuestros enemigos», el éxodo jujeño, que significó vaciar el territorio para correr una frontera, la creación de escuelas en la campaña al Paraguay, dejando el signo que guerrear y aprender eran ambos gestos de la liberación americana.

No me dedicare a exponer las connotaciones políticas de enarbolar nueva bandera y la cuestión de Estado, que asume Belgrano justo frente al Paraná, en uno de esos febreros emancipadores a que nos tiene acostumbrados la historia nacional ocurrida en Santa Fe.

Llega el momento de destacar que hay símbolos que nacen del dolor, de la gloria, de la necesidad de acrisolar una esperanza. La bandera de Belgrano nace de una desobediencia. Es tan enorme su necesidad de ser fiel a los ideales de mayo, que Rivadavia y el Poder Central, no lo detienen. Con un paño celeste y otro blanco, con el Río como testigo y los vecinos de la entonces Capilla del Rosario del Pago de los Arroyos, Cosme Maciel, un vecino de aquí, amigo de Belgrano, elevó firme la cuerda como le indicara Belgrano, en la Batería de este lado del Río y se elevó entonces, en el viento, un trozo de tela, un satén o tafeta de dos colores no antagónicos, ya liberados de Borbones y Escarapelas, un trozo liberado de todo para comenzar a ser La Patria o la Argentina, todo desde Rosario de Santa Fe, hace 200 años y para siempre.

Bandera idolatrada o alta en el cielo, guardada, escondida , aprobada en tres franjas, imitada por varias naciones, también manipulada, entregada en las derrotas, manchada de sangre joven, alejada y clamando durante la dictadura militar, flameando en cada corazón de exilio, siendo manta de cada muchacho argentino en Malvinas, convertida en papelitos, en abrazos, en camisetas y pasiones del gol, manchadita en los carros de la gente, presente en los altares, en las solemnidades, en los desfiles, pintada en los cuadernos de infancia, en el cuerpo de los hinchas, en las ventanas embajadoras del mundo, en todas las selecciones y en todas las elecciones, ausente con los ausentes, en el fondo del mar o en las vendas para no tapar. En las calles, en las juras, en las casitas humildes, en las banderitas chiquitas de plástico, ingenuas, con que nuestros hijos aprenden a sentir que son de este país, en todas partes, está la bandera. Unica mujer con Monumento propio, alada, pintada en los muros, convertida en cinta, en zamba, en música, en pañuelo, en industria argentina, chacra y grito, en banderín y foto de egresados, en escolta y el peor de la clase, en risa, en silencio, jubilo y memoria, en Justicia y en la clara verdad de sus colores, en institución y cambio en patrimonio y rock, en vestidito de paisana y nostalgia del viajero.

Ella, la única, la bandera niña, cumple 200 años y es peligroso desconfiar de los símbolos, tan peligroso como adorarlos o vaciarlos de sentido.

El 27 de febrero en nuestra ciudad, tenemos una oportunidad única e irrepetible de indagar quienes somos, de sumar identidades, como quien engorda algo delgado y frágil que se deshace demasiadas veces.

Esta celebración encuentra en Alta en el cielo, la bandera más larga del mundo, cosida por innumerables manos, el mar de los rosarinos, una bandera horizontal, llevada de sus dos lados por toda la gente , un mar de deseos comunes, sanador y afectivo, alegre, tintineante en los pasos. Nuestro mar urbano, nuestra forma de decirle al país y al mundo aquí estamos, nuestra historia como ciudad y provincia, nuestro mar convertido en hogar del Bicentenario, en cuna de nuestras propias fuerzas.

El Bicentenario es una oportunidad de encuentro, un punto en el camino para recordar con los hijos, una complicidad merecida, una forma de ser constituida por muchas formas de ser, un compromiso, sin falsos patriotismos.

La única patria es la infancia o mejor podríamos decir la única patria es la que se aprende en la infancia, la patria de la infancia… En un país donde existe aún, tanta desigualdad y desamparo, no parece nada desfavorable una imagen de patria, un fervor que se aloja en cada corazón pidiendo ser alguien, y no, nadie.

La identidad, decía Galeano, no es una “pieza quietecita de museo, es el resultado de la siempre cambiante realidad” Los 200 años de la celeste y blanco son un suceso colectivo, un momento de nuestras vidas donde podemos aprender de esa cambiante realidad, una provocación para crecer, una necesidad de nobleza que no se compra, una fe que no se vende, un esperanza, un lugar de la memoria, para recordar, cargado de futuro, una esperanza que nada tiene de espera.

La Bandera cumple 200 años y es de tela, a las telas hay que cuidarlas porque se deshilachan, pierden color, se abren sus tramas, pierden cuerpo y belleza.

Todo eso hay que cuidar también de nuestra historia, para que debatamos pero no nos disgreguemos, para no excluir a nadie y cuidar nuestros vínculos y texturas sociales, porque las telas y la historia también nos cubren, nos abrigan, esconden nuestras bella desnudez y son capaces de treparse al aire para proclamar que es nuestro momento de protagonizar el país y la vida.

Bicentenario de la Bandera – 2012